domingo, 25 de agosto de 2024

Barbie & Kendra Crash Joe Bob's Drive-In Jamboree (2024) |Crítica

En el nuevo crispante mediometraje medio chistoso medio entretenido del productor/director completo Charles Band el dúo dinámico de camgirls audaces Barbie (una exasperante Cody Renee Cameron) y Kendra (la exagerada Robin Sydney, la nueva esposa del realizador) buscan un hombre machote al estilo vaquero y terminan encontrando a un despistado Joe Bob Briggs (junto a una irrelevante Diana Prince) llevando cabo una celebración del autocine obsoleto por su cualidad de “irremplazable” proyectando extractos incoherentes del plagio pseudo-humorístico del exorcista Ruby (1977), con insertos de Seytan (1974), y un avance de Crash! (1976) de pilón para rellenar la duración de la cosa.  

Cuarta cinta irritante de Barbie y Kendra en cuyo centro se encuentran doblajes burdos a películas de serie B pertenecientes al catálogo de Full Moon. Cada una más deteriorada que la anterior, con chistes de tópicos actuales que las dejarán desactualizadas en un año, pero insólitamente resulta la más inspirada por su insistencia de comentar sobre la explotación industrial Hollywoodense de franquicias taquilleras mediante la película dentro de la película. Los plagios descarados de El Exorcista (1973) en el sagrado autocine sureño y la narración dentro de la nueva historia improvisada de la película presentada en el autocine denuncian la misma condición carente de originalidad de la industria cinematográfica actual. Todo bañado en nostálgicas remembranzas a una era extinta de entretenimiento al aire libre que ahora resultan patéticas cual fanático desesperado sujetándose a sus arcaicos métodos de exhibición como forma de contracultura desviada, y en un océano de chistes internos captados por los que forman parte del fanatismo de convenciones de terror en gringolandia.  

Ataques firmes e intencionados (pero desatinados) a las modas modernas y la cultura popular del momento adornando su autocomplacencia retro de tributo barato. Añadiendo a eso una accidental ruptura de la forma cinematográfica profesional-industrial actual (cambios bruscos de formato y calidad de imagen, encuadres incómodos, anti-estética cruda, interpretaciones torpes, puesta en escena rígida y meramente funcional, toscos primeros planos de chicas topless, infernal plano general maestro extendido, predecible plano-contraplano, etc...) como instrumento flojo de enajenación, chocan y se oponen a las reglas y convenciones del cine tradicional que se ofrece hoy en día al rechazar el virtuosismo a favor de la sencillez. 

De la mala leche a la rebeldía, Band destaca por su total descuido formal a favor del entretenimiento breve y eficaz. Un festival autocomplaciente de cuestionables métodos e intenciones. Una reinvención desinflada del filme de franquicia menor forzado, deteriorada por la elíptica sobrefragmentación episódica que tiene como trama, la cual se resbala y se pierde en un mar de gags desesperados cuyo blanco es una cultura que apenas entiende y  una industria en la que ni siquiera figura, tanto para bien como para mal. Band y William Butler (el guionista) han elegido el camino fácil de la parodia ingenua más bofa y desganada en la cual se usa de excusa el comentario social-industrial que contrasta con el engrandecimiento a las formas más olvidadas y despreciadas de proyección. Irónicamente todo esto en un film que fue directo a streaming y que solo resultaría aceptable en tal formato casero que prioriza el material de “consume y desecha” como este. 

Ejercicio de la sintetización de Band y su estilo de vulgarismo multi-lenguaje si hablamos cinematográficamente, verbalmente, estéticamente, literariamente, narrativamente, en contenido y forma y todo lo que le sigue, que solo funciona cuando no está al tanto de sus transgresiones .

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